miércoles, 23 de septiembre de 2015

El gallo Kirico



En un gallinero muy postinero se iban a celebrar unas bodas de alto plumero.
Las bodas del tío Perico, que había invitado a su sobrino el gallo Kirico.
Y el gallo kirico, que vivía muy lejos, se levantó más temprano que nunca para ir a las bodas de su tío Perico. Muy aseado y muy bien vestido, allá va tan pimpante el gallo Kirico.
De pronto, ¿sabéis con qué se topó? Pues con una caca de la vaca, llenita, llenita de granos de trigo. ¡Uhm, con el hambre que llevaba el gallo Kirico! Entonces dijo:
-¿Pico o no pico? Si pico me ensucio el pico, y no podré ir a las bodas del tío Perico. Pero si no pico me muero de hambre y para otro el trigo.
Total que no pudo resistir la tentación y picó. ¡Vaya si picó! Y todo el pico se manchó.
-¿Y ahora qué hago? ¿Cómo voy a presentarme así en las bodas del tío Perico?
Camina que camina, muy preocupado, el gallo kirico llegó hasta un prado. Allí vio… ¿sabéis que vio? Una malva; y el gallo le dijo:
-Malvita, malva, límpiame el pico, que voy a las bodas del tío Perico.
-No quiero- dijo la malva-. No haberte ensuciado.
Y el gallo Kirico siguió su camino. Anda que anda, muy enojado, se encontró una oveja en otro prado.
-Ovejita, bonita, cómete la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico
-No quiero- dijo la oveja-. No haberte ensuciado.
Y el gallo Kirico no tuvo más remedio que seguir su camino. Anduvo y anduvo, muy enfadado, hasta encontrarse con el lobo que estaba muy flaco.
-Lobito, lobo, cómete a la oveja, que no quiso comerse la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico.
-No quiero- dijo el lobo-. No haberte ensuciado.
¿Qué diréis que hizo el gallo Kirico? Seguir su camino muy malhumorado, y se encontró con un palo.
-Palito, palo, pégale al lobo, que no quiso comerse la oveja, que no quiso comerse la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico.
-No quiero-dijo el palo-. No haberte ensuciado.
¡Qué palo más malo! El gallo Kirico, muy enfurruñado, sigue su camino. Y apenas había empezado a andar se encontró… ¡al fuego!
-Fuego, fueguito, quema al palo, que no quiso pegarle al lobo, que no quiso comerse la oveja, que no quiso comerse la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico.
-No quiero- dijo la candela-. No haberte ensuciado.
Entonces se encontró un río.
-Río, río, apaga el fuego, que no quiso quemar al palo, que no quiso pegarle al lobo, que no quiso comerse la oveja, que no quiso comerse la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico.
-No quiero- dijo el río, y siguió su corriente.
¡Qué mala gente! El gallo Kirico ya casi volaba aunque iba muy triste. ¿Y sabéis qué se encontró? ¡Un burro!
-Burrito, burro, bébete el agua del río, que no quiso apagar el fuego, que no quiso quemar al palo, que no quiso pegarle al lobo, que no quiso comerse la oveja, que no quiso comerse la malva, que no quiso limpiarme el pico para ir a las bodas del tío Perico.
-¿Y el gallo Kirico?
-Con el burro se puso pesado y este una coz le ha pegado.
-¡Y qué más?
-Que al río se ha caído y se ha puesto empapado.
-¿Y qué más?
-Que en las bodas no entran gallos tan mojados, y el gallo Kirico, con su pico limpio, fuera se ha quedado.

Pinocho



Erase una vez, un carpintero llamado Gepetto, decidió construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido hasta aquel momento.
– ¡Qué bien me ha quedado!- exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!
Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.
Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le saludaba:
– ¡Hola papá!- dijo Pinocho.
– ¿Quién habla?- preguntó Gepetto.
– Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó.
Gepetto se dirigió al muñeco.
– ¿Eres tu? ¡Parece que estoy soñando, por fin tengo un hijo!
Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de madera. Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el carpintero no tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera y los libros.
A partir de aquél día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que le daba buenos consejos. Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo. Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:
-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico – dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.
A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.
Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que quedarse con él.
Pinocho se echó a llorar tan y tan desconsolado, que el dueño le dio unas monedas y le dejó marchar. De vuelta a casa, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos ladrones que convencieron al niño de que si enterraba las monedas en un campo cercano, llamado el “campo de los milagros”, el dinero se multiplicaría y se haría rico.
Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño, Pinocho enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las monedas y Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.
Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada que había convertido a Pinocho en niño, les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarles.
Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se cruzaron con un grupo de niños:
– ¿Dónde vais?- preguntó Pinocho.
– Al País de los Juguetes – respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres venir con nosotros?
– ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto, que está triste y preocupado por ti.
– ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos buscándole.
Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo que intentava seguir convenciéndole de continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir jugando. Pero a medida que pasaba más y más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se iba convirtiendo en un burro. Cuando se dió cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada se compadeció de él y le devolvió su aspecto, pero le advirtió:
– A partir de ahora, cada vez que mientas te crecerá la nariz.
Pinocho y el grillo salieron rápidamente en busca de Gepetto.
Geppetto, que había salido en busca de su hijo Pinocho en un pequeño bote de vela, había sido tragado por una enorme ballena.
Entonces Pinocho y el grillito, desesperados se hicieron a la mar para rescatar al pobre ancianito papa de Pinocho.
Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió porfavor que le devolviese a su papá, pero la enorme ballena abrió muy grande la boca y se lo tragó también a él.
¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban nuevamente juntos!, Ahora debían pensar cómo conseguir salir de la barriga de la ballena.
– ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.
Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a pesar de haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con él. Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa.
Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien: iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que podía.
Como recompensa por su comportamiento, el hada decidió convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso. A partir de aquél día, Pinocho y Gepetto fueron muy felices.

La tortuga Flora



lora, era una pequeña tortuga, que vivía feliz en la charca donde vino al mundo. Muchos de los animales, que iban a refrescarse en ella, le hablaban de la Charca Soleada, en la que las aguas eran claras, la comida era abundante y había otras muchas tortugas como ella.
Decidida a encontrar ese lugar maravilloso, hizo sus maletas y se marchó en su búsqueda. Desde el aire, un águila, pensó que podía ser buen alimento para sus polluelos y con sus garras, levantó por los aires a la pobre Flora.
Cuando estaban llegando al nido, la tortuga le mordió a pata y acto seguido, soltó a Flora, que fue rodando ladera abajo, protegida por su fuerte caparazón, hasta un río caudaloso, por el que fue flotando sin problemas.
Tan contenta iba mirando el paisaje, que no se dio cuenta, de que se aproximaba a una cascada, estuvo apunto de caer y hacerse mucho daño. En el último momento, pudo subirse a un tronco, que la llevó plácidamente a la orilla.
Caminando un rato, y sin saber bien a donde ir, le preguntó a un conejito que estaba comiendo hierba fresca, donde estaba. El conejito, le contó que estaba en las praderas que rodeaban la Charca Soleada, que se encontraba a unos cuantos pasos de allí.
Animada por la conversación del conejo, Flora recorrió los últimos pasos, que la separaban de su charca soñada, en la cual fue feliz por muchos años.

La Pequeña Mariposa






Esta es la historia de una mariposa llamada Gary, era una mariposa muy común, al igual que a sus amigos y familia  le encantaba volar y disfrutar del rico polen de las flores, pero había un problema, era la mariposa más pequeña de su  colonia, lo cual le disgustaba mucho, ya que siempre era la que se rezagaba, la que se cansaba primero, la que no podía viajar largas distancias. Aunque nadie la criticaba por eso, ninguna otra mariposa de su colonia la tomaba muy en serio, siempre era la debilucha y pequeñita.
Gary disfrutaba mucho el poder volar, ya que le parecía fascinante la forma en que los humanos, criaturas muy grandes a su parecer, se hacían cada vez mas pequeños conforme ella ganaba altura.
Un buen día,  sonó la alarma de la colonia de mariposas, Gary fue a investigar en seguida que era lo que había pasado.   El motivo de la alarma era que la hija de la reina, la pequeña Dulce, quien a penas era una pequeña oruga,  había caído a un grieta muy profunda pero con una diminuta abertura razón por la cual ninguno de los guardias podía pasar.
Gary supo que había llegado el momento de demostrarles a todos de lo que era capaz, y consiguió por fin encontrarle un uso a su pequeño tamaño y se ofreció de voluntaria para traer a Dulce de regreso.
La entrada de la grieta era muy pequeña, incluso a Gary se le dificultó deslizarse por la abertura, pero lo logró. Descendió hasta lo más profundo y encontró a la pequeña Dulce llorando desesperada y con miedo.
–       No llores más pequeña – Dijo Gary – vine aquí a rescatarte.
La pequeña oruga se asustó, pues no esperaba que alguien fuera a rescatarla. Cuando el susto se le pasó, dejó de llorar y fue lo más rápido que pudo hasta donde estaba Gary, quien la levantó sin mucho esfuerzo y salieron de la grieta.
Todas las demás mariposas quedaron sorprendidas y aplaudieron el acto heroico de Gary, quien fue nombrada con un titulo real por su servicio al reino.
Después de esa experiencia Gary aprendió que debemos de usar nuestras cualidades para hacer cosas buenas y jamás debemos de permitir que nuestra forma física sea un impedimento para que seamos felices.

Hochi el reno.



Después de años de fiel servicio, el padre de Hochi fue retirado del trineo de Papa Noel, dada su avanzada edad. Un puesto hereditario, que pasaba desde tiempos inmemorables de padres a hijo y que muy pronto debía asumir el joven Hochi.
Una gran responsabilidad, para la que no se sentía preparado y cuyo peso le causaba tal zozobra, que sin que nadie se diera cuenta, se escapó de su cruel destino. Sin ningún sitio a donde ir, voló y voló, hasta encontrar una pequeña cueva en la que poder descansar un rato.
Cuando sus padres se dieron cuenta de la locura que había hecho su hijo, comenzaron a buscarle desesperadamente por todo el Polo, con la ayuda del resto de los renos y Papa Noel. A punto de darse por vencidos, encontraron al pequeño, durmiendo plácidamente en la caverna.
-Hochi, hijo mío. ¿Por qué nos has hecho esto? –Dijo la madre con lágrimas en los ojos-
-Siento que sufras mamá, pero es que no quiero tirar de ese pesado trineo.
-Es una tradición familia-dijo su padre muy enfadado- de la que debes hacerte cargo, como hicieron todos nuestros ancestros. Comprendo que estés asustado, pues todos lo estuvimos la primera vez al llevar el trineo, pero debes pensar que sin nosotros, miles de niños se quedarían sin sus regalos.
Tras un largo silencio, Hochi dijo:
-Tienes razón papá, he sido un egoísta al pensar únicamente en mi beneficio. Cuando tenga miedo o me parezca imposible continuar, siempre recordaré tus palabras.